Propagación por Europa y América
La variolización nunca se practicó de forma masiva. En consecuencia, no obtuvo un resultado efectivo sobre la enfermedad. La excepción es quizá Inglaterra, país donde alcanzará su mayor cobertura, aunque solo a partir de la mitad del siglo XVIII.
Por el resto de Europa se extiende muy lentamente, a medida que los médicos la van conociendo y aceptando. Controvertida, efectuada de manera intermitente, mal utilizada por algunos desaprensivos en busca de dinero fácil, su historia occidental en cuanto que práctica médica oficializada será corta.
Contribuye a su difícil implantación un conjunto de factores. En primer lugar, la falta de convencimiento de algunos médicos sobre su beneficio para la población.
En segundo lugar, las objeciones provenientes del sector religioso. A las ya mencionadas puede añadirse, como un ejemplo más, que desde el púlpito de la iglesia del hospital de San Andrés se predicó contra ella, mostrando la inoculación como una obra infernal y un don de Satanás.
Un tercer elemento de rechazo es la probabilidad de padecer e incluso morir por la propia viruela tras ser inoculado. Con el riesgo añadido de que se transmitieran durante la intervención otras enfermedades, como la sífilis o la tuberculosis. Había que ser valiente y determinado para correrlo.
La situación en el resto del continente europeo fluctúa de un país a otro. El esquema es casi siempre el mismo y guarda semejanza con lo ocurrido en Inglaterra, aunque no llegue a popularizarse como allí.
La clase médica tiene conocimiento de la técnica, se ensaya, se publicitan algunos resultados, se inocula algún personaje conocido de la sociedad y se abre un debate.
Vienen luego los éxitos o fracasos en la aplicación práctica. Intelectuales, científicos, médicos o filósofos, toman seguidamente posición y disertan o escriben sobre las ventajas o inconvenientes de la variolización. La intermitencia en la mayor o menor actividad inoculadora está condicionada por el momento epidémico. Si se produce un brote o la muerte de un ilustre, se renueva el ímpetu; si declina la epidemia, se paraliza la acción. Los brotes afectan a las clases populares de las zonas más densamente pobladas o donde se producen otros motivos de hacinamiento como, por ejemplo, las aglomeraciones de tropas durante una guerra.
En Francia fue defendida por Voltaire (Figura 6) que en sus Cartas Filosóficas (1734) incluye una, la undécima, titulada “Sobre la inserción de la viruela”. “Se rumorea en la Europa cristiana que los Ingleses son locos y rabiosos: locos, porque dan la viruela a sus hijos para impedirles tenerla; rabiosos, porque transmiten alegremente a sus hijos una enfermedad cierta y horrorosa, con el objetivo de prevenir un mal incierto.
Los Ingleses, por su parte dicen: los otros Europeos son cobardes y desnaturalizados; cobardes, porque temen hacer un poco de daño a sus hijos; desnaturalizados, porque los exponen a morir un día de viruela. Para juzgar cual de las dos naciones tiene razón, he aquí la historia de esta famosa inserción de la que se habla en Francia con tanto miedo”.
Voltaire, que había viajado por Inglaterra, relata a continuación el método Circasiano y su difusión como estrategia comercial: “las mujeres hacen la incisión a sus hijos incluso a la edad de seis meses haciéndoles una incisión en el brazo e insertando una pústula que han recogido con cuidado del cuerpo de otro niño… lo que ha introducido esta costumbre en Circasia es la ternura materna y el interés… son pobres y sus hijas bellas, con ellas trafican vendiéndolas a los harenes y a los que son ricos para mantener esa preciada mercancía … educan a sus hijas en la manera de acariciar a los hombres, en bailar danzas lascivas, en encender el deseo de aquellos a los que son destinadas. Esas pobres criaturas repiten a diario esa lección con sus madres, de la misma manera que nuestras hijas repiten el catecismo, sin entender nada. La viruela puede frustrar las esperanzas puestas en esa educación. Llega la viruela a una familia y una hija muere, otra pierde un ojo, otra se desfigura y esas pobres gentes se arruinan. Cuando la viruela se hace epidémica, el comercio se interrumpe durante años y los serrallos tienen una notable disminución de mujeres”.
El interés para los circasianos en la inoculación, como forma de conservar un negocio, es palmario. Voltaire cita luego a Lady Mary y a la princesa de Gales, por esa época convertida en Reina y a la que describe como una “filósofa amable nacida para impulsar las artes y el bien de los hombres”. Ambas son, a su juicio, las impulsoras de esa práctica.
Se duele de que 20.000 personas murieran en la epidemia de 1723 en París y lanza dardos muy claros: “somos gente muy extraña, puede que dentro de diez años adoptemos este método inglés, si los curas y los médicos lo permiten; o bien los franceses, en tres meses, utilizaran la inoculación por fantasía, si los ingleses la descartan por inconstancia”.
Esa crítica resume las confusas posiciones en su país y la suya, indudablemente a favor, encuadrada en el movimiento de los “filósofos”. Ensalza también la práctica china por aspiración nasal “como el tabaco en polvo, forma más agradable e igualmente efectiva”.
La Condamine (Francia) (Figura 7), Tronchin, Cotton Mather (Boston) (Figura 8), Dimsdale, Gatti (Italia), las mejoras técnicas de los Sutton, son algunos de los propagadores de la variolización por Europa y América.
La variolización se practicó en África, China y la India durante siglos, aunque no hay indicios de que su impacto sobre la salud pública en estas regiones fuera efectivo. Siempre se mantuvo como una forma popular de enfrentarse a la viruela.
Remotas regiones de estos continentes la seguían practicando cuando la enfermedad ya estaba en plena fase de erradicación mediante la vacuna. Se tiene noticia de variolizaciones efectuadas en Etiopía en el año 1976, coincidiendo con los últimos brotes de viruela en el mundo. Podría decirse que la variolización nace con la irrupción de la viruela como enfermedad desoladora y que se extingue con la propia enfermedad.
Es posible que al ser introducida en Europa y América durante el Setecientos, redujera los estragos de la viruela, pero son pocas las generaciones que podrían atestiguar su beneficio al aparecer la vacunación jenneriana al final de ese siglo. Nunca se liberó de las resistencias originadas por su capacidad de poder transmitir la enfermedad, ya fuera al propio variolizado como a otros sujetos de la comunidad no protegidos.
Siempre fue un consuelo desesperado más que un remedio eficaz, aunque su base conceptual fuera más lógica que la de otras medidas terapéuticas. Su llegada a Europa abrió, sin duda, un período de discusión, ensayos, reflexión y perfeccionamiento técnico que desembocaron en la construcción del modelo empírico de Jenner.