«¿Por qué teorizar? ¿Por qué no intentar el experimento?»
(John Hunter, del Hospital St. George, en una carta a su discípulo Jenner)
Cuando a finales del Siglo XVIII la viruela hacía estragos en toda Europa, Jenner constató un hecho que la experiencia popular conocía, aunque no entendía, y que afectaba a los cuidadores del ganado vacuno que se dedicaban a ordeñar. «Yo no puedo tener la viruela humana porque he padecido la viruela de las vacas», decía una ordeñadora de Berkeley en 1768, en presencia de Jenner. Era una creencia popular que la infección, padecida por granjeros y lecheras por contagio de las vacas, proceso denominado cow pox (variolae vaccinae), enfermedad siempre benigna, era capaz de proporcionar una defensa eficaz contra la viruela humana, la small pox.
Edward Jenner fue el octavo hijo del reverendo Stephen Jenner, vicario de Berkeley, que falleció, al igual que su esposa, cuando él contaba 5 años de edad. En este pueblo de la campiña del condado de Gloucestershire, en Inglaterra, fue donde Jenner nació el 17 de mayo de 1749, vivió, ejerció como médico y murió, a los 73 años, el 26 de enero de 1823.
Las vacas padecían en la piel de sus ubres una enfermedad pustulosa, la viruela vacuna, que se contagiaba a los ordeñadores, en quienes se manifestaba en sus manos como una enfermedad similar, con una pústula que se recubría de costra, se acompañaba de fiebre ligera y malestar generalizado, y curaba pronto sin complicaciones. Las personas que habían sufrido la viruela vacuna no padecían la viruela humana cuando esta aparecía en forma epidémica en la población. Las ordeñadoras de las vacas habían contraído una enfermedad «protectora» por contacto con esos animales, que las prevenía frente a la viruela, es decir, quedaban inmunizadas.
Con anterioridad a Jenner hay que citar que Jobst Bose en 1769, Benjamín Jesty en 1774 y Jensen y Plett en 1791 practicaron las primeras experiencias, a modo de observaciones aisladas, que abandonaron al observar alguna reacción grave. Jenner, por el contrario, realizó una experimentación sistemática tras la observación de que las personas habían adquirido una enfermedad protectora: inducía una enfermedad leve para proteger de una enfermedad grave. Jenner intuyó que debía existir una relación entre la viruela de las vacas y la viruela humana. Esta idea condujo sus investigaciones durante varios años, desde 1775, cuya culminación ocurrió el 14 de mayo de 1796 y el protagonista fue un niño de 8 años llamado James Phipps, hijo de su jardinero.
Ese día Jenner tomó con una lanceta una parte del contenido de una pústula de viruela vacuna de la muñeca izquierda de una ordeñadora, Sarah Nelmes, y la inoculó en el brazo derecho de James Phipps mediante dos pequeñas incisiones. A los 7 días de la inoculación, el niño comenzó a presentar manifestaciones clínicas de la enfermedad de las vacas, como malestar en la axila del brazo derecho, fiebre, escalofríos, dolor de cabeza y anorexia, y a los 9 días apareció una pústula en el lugar de las incisiones, que se cubrió de una costra, la cual se despegó al cabo de unas semanas y dejó una cicatriz.
Seis semanas más tarde, el 1 de julio, una vez curado James, Jenner recogió linfa de una de las pústulas de un enfermo de viruela humana y la inoculó en el otro brazo del niño, haciendo unas escarificaciones para asegurarse de su entrada en la sangre. James no presentó manifestaciones de viruela. De esta forma se podía vencer ya esta terrible enfermedad y se iniciaba uno de los grandes capítulos de la medicina preventiva, con la primera vacuna frente a una enfermedad que hasta el momento actual es la única inmunoprevenible que ha sido erradicada en los humanos.
Unos meses después, para asegurarse aún más, Jenner volvió a inocular material de viruela en los brazos del niño, y de nuevo este no padeció la infección. Pasado algún tiempo, Jenner mandó construir en agradecimiento una pequeña casa para su abnegado paciente.
A partir de su descubrimiento empezó para Jenner un verdadero calvario de incomprensiones y desprecios, sucediéndose las discusiones entre los detractores y los propugnadores de la vacunación. La Royal Society de Londres rechazó su primer trabajo en 1797, que finalmente fue publicado en 1798 pagando Jenner la edición, en un libro titulado An inquiry into the causes and effects of the variolae vaccinae, a disease discovered in some of the Western countries of England, particularly Gloucestershire and known by the name of the cow-pox, que se difundió desde Inglaterra a Suiza y luego al resto de Europa y Norteamérica.
Jenner fue premiado por el Parlamento inglés con 10.000 libras esterlinas en 1802 y 20.000 en 1807. En 1813 fue nombrado Doctor por la Universidad de Oxford, y 50 años después, en 1857, el Parlamento decretó que se erigiera un monumento al insigne médico y cirujano en Trafalgar Square, a la sombra del obelisco dedicado al almirante Nelson, que fue trasladado a los jardines Kensington en 1862 por las presiones de los antivacunas. En 1803 se creó en Londres la Royal Jennerian Society, encargada de la difusión de la vacuna que dio lugar a una disminución importante de la tasa de mortalidad por la viruela.
Durante toda su vida Jenner destacó por su amor a las ciencias de la naturaleza, sobre todo a la botánica y la ornitología; precisamente, uno de sus últimos trabajos fue un estudio sobre las migraciones estacionales de ciertas aves.
Jenner prosiguió su trabajo en favor de la vacuna, sin olvidar su propia actividad como médico y cirujano, hasta 1815, cuando la muerte de su esposa, enferma de tuberculosis, le afectó hasta tal punto que se retiró de la vida pública hasta su muerte, el 26 de enero de 1823 en su pueblo natal, víctima de un accidente vascular cerebral.
La vacunación fue durante un siglo una medida preventiva frente a una sola enfermedad, la viruela, pero hoy, 227 años después, disponemos de más de 33 vacunas para la prevención de infecciones producidas por otros tantos microorganismos.
Edward Jenner, por la observación clínica de las ordeñadoras y la experimentación sistemática realizada con la inoculación del material de las pústulas es, con todo merecimiento, el padre de la inmunología y de la vacunología.
Fernando Moraga-Llop