Hilas embebidas sobre piel arañada
El procedimiento de inoculación entre los hindúes era distinto. Los brahmanes arañaban la piel con agujas y frotaban una sola vez con hilas impregnadas durante el año anterior en costras virulentas, humedeciéndolas en el momento de aplicarlas con agua santa del Ganges.
En la India oriental, utilizaban un método basado en producir una fuerte irritación en el antebrazo por medio de frotamiento. De inmediato, efectuaban la aplicación con algodones embebidos en el pus varioloso. Otra técnica similar era tomar hilas y después de empaparlas con pus, las iban enhebrando en una aguja, con la que atravesaban un pliegue del brazo.
El método hindú de inoculación era reconocido como más seguro que el chino y fue el que se propagó hacia Oriente Medio.
Sueños en el umbral
En Arabia la inoculación fue realizada por una mujer de la tribu de los beduinos, siguiendo un proceder operatorio análogo al de los indios.
La operación era conocida en las riberas del mar Caspio, entre los turcomanos y los tártaros, y la ejercitaban con entusiasmo en Georgia y Circasia. “Los Circasios hacen algunas superficiales incisiones en los brazos y en las piernas, inoculándose en ellas el virus varioloso”. Por eso se llamó también método georgiano y circasiano.
La técnica de inoculación viajó desde la India hacia el Oeste propagada por las caravanas de mercaderes. Tenían la creencia de que viajar protegidos contra la viruela era una ventaja. La variolización fue practicada en el Imperio Otomano, donde había sido introducida por los viajeros Circasios desde 1670.
Kraggenstiern y Timoni, dos médicos que investigaron esta práctica, afirman que las inoculaciones se hallaban en poder de las mujeres ancianas, existiendo entre ellas una, conocida como la Vieja de Tesalia, “que decía haber aprendido la técnica por revelación de la Virgen. La abuela practicaba varias punturas en las mejillas, barba y frente, y las cubría con cáscaras de nuez”.
Otra mujer reconocida como inoculadora fue la Vieja de Philippopolis. “Ésta preparaba al paciente durante algunos días por medio de un régimen severo, después lo metía en una habitación muy caliente, buscaba un niño que tuviese la erupción en el décimo día de su desarrollo, abría una pústula, recogía el fluido sobre un cristal que previamente calentaba en el pecho y enseguida inoculaba al paciente con una aguja de plata.
Posteriormente, protegía la parte donde había depositado el virus con una cáscara de bellota y una venda. La envoltura se levantaba a las cinco o seis horas, quedando sujeto el enfermo a un régimen estricto durante treinta días”.
La práctica había pasado de Turquía a la península balcánica, donde tomó el nombre de método griego, que estos practicaban haciendo cuatro punturas cruciformes en frente, mentón y pómulos con aguja mojada en linfa variólica. También se le ha denominado “método de inocular en Constantinopla”.
Las mujeres, como se ha visto, tienen un papel destacado en la aplicación y difusión de la práctica inoculadora. La sociedad turca de la época, dominada por los hombres, deja poco espacio a la mujer. Hay una clara separación de sexos.
“Uno de los lugares donde las mujeres hacen su vida es el harén. Allí la belleza es un elemento capital del valor de una mujer. Las jóvenes circasianas o caucásicas eran muy reputadas por su belleza y había una gran demanda de ellas para poblar los harenes. Sus padres y ellas mismas soñaban con ser vendidas en Estambul y llegar al harén para tener una vida mejor. Incluso las mujeres de Anatolia se hacían pasar por circasianas para encontrar alguien que las tomase en un harén”.
Para preservar su belleza, las niñas eran inoculadas desde muy pequeñas en lugares del cuerpo donde no se notaran las señales de la escarificación. Las encargadas de efectuar la inoculación también eran mujeres, en general añosas, que habían adquirido a lo largo de años de experiencia práctica, el secreto de la técnica.
El harén, como el hammán, son espacios reservados a la mujer donde ésta se relaciona con las otras mujeres, un lugar de confidencias, de transmisión de información. En una sociedad que las deja aparte, las mujeres ejercen un contrapoder y hacen su vida. Las transmisoras de noticias, las que pueden ir de un harén a otro, son las viejas o añosas, las más sabias. Ellas practicaran la inoculación.
“En la excluyente sociedad otomana de la época, existe una medicina de los hombres, anquilosada, cargada de prejuicios, de prohibiciones religiosas. Cuando una mujer está enferma el contacto con el médico es mínimo o nulo y en presencia de testigos (otra mujer o un eunuco).
Las mujeres desarrollan una habilidad para cuidar y para cuidarse. Son quizá ignorantes, pero son las que cuidan de sus hijos desde que nacen, las que velan por su salud, las que los acarician. Han de protegerlos y una forma de hacerlo es inocularlos. La inoculación se convierte en una práctica femenina donde la mujer ejerce su influencia sobre la salud, es una prolongación de los cuidados del recién nacido. En la casa, como en el harén o el hammán, la primera infancia es dominio de la mujer”.
Preservar la belleza pero también la vida, la inoculación pasa a Grecia por medio de mujeres. Ancianas mujeres que para protegerse invocan haber recibido el conocimiento no de los hombres, sino de la Virgen. Tienen la habilidad de poner “la operación bajo el protectorado de los sacerdotes de la iglesia griega, lo que motivó que le proporcionase multitud de clientes, hasta el punto de asegurar, que algunos años habían inoculado a 40.000 personas”.
Los transcriptores, Timoni y Pylarini
La mención occidental más antigua sobre la variolación se encuentra en una nota de Heinrich Vollgnad, publicada en el boletín de una sociedad científica alemana en 1671.
Refiere una práctica popular de variolización “salvaje” que se conocía en zonas rurales de Europa, conectada a un método chino ya descrito, consistente en poner en contacto a niños sanos con sujetos enfermos convalecientes de “viruelas de buena especie”.
Hay más noticias sobre este método que llamaban “comprar la viruela” y que podía efectuarse mandando a los niños a casas donde hubiera un enfermo recuperándose de viruelas, para comprarle costras por uno o dos peniques.
Podía igualmente exponerse a un niño, acostándolo en la cama de otro que estuviera enfermo de una viruela suave y así la pasaría en condiciones favorables. Campesinos griegos, galeses, escoceses o rusos, estaban familiarizados con esta práctica, que también describió el médico danés Thomas Bartholin en 1673 y que llamó “transferencia de la viruela”.
En España también era conocida la inoculación, aunque esa historia será tratada en otro futuro artículo.
Inglaterra va a constituirse en el lugar donde se recojan buena parte de los conocimientos médicos de la época. La tradición de las sociedades científicas, que nace en este país, va a contribuir decisivamente en la historia de la viruela.
En 1660 se crea en Londres la Royal Society, institución constituida como un foro de discusión y análisis de comunicaciones científicas procedentes de todo el mundo y que pronto adquiere un notable prestigio. En la sesión del 5 de enero de 1700, el Dr. Martín Lister da por primera vez la noticia del método inoculador chino, a través de una carta remitida por el comerciante inglés John Lister, de la Compañía del Este de la India, estacionada en China.
Describe que hay que recoger el contenido de las pústulas de un enfermo con un algodón, dejarlas secar en un recipiente cerrado, para introducirlas después en los orificios nasales de un niño. En la sesión del 14 de febrero del mismo año, Clopton Havers expone la misma práctica china para combatir la viruela. Las dos noticias pasaron sin pena ni gloria.
La Compañía de Jesús contó con grandes viajeros, como el padre d´Entrecolles, que durante su estancia en China continuó la tradición jesuítica de narrar aspectos sociales de los lugares donde establecían misiones.
En las Lettres édifiantes et curieuses escribe sobre el método chino y precisa que “la inoculación debe realizarse en invierno y jamás en los más calurosos días del verano. Hay que recoger en las pústulas, tomándolo de un niño que esté padeciendo la viruela y tenga entre uno y siete años, y cuando estén maduras, el pus, que no debe estar turbio. Las escamas, se pueden conservar hasta dieciséis años en una vasija de porcelana herméticamente cerrada.
Para proteger a los niños indemnes, se introduce un algodón impregnado de esas escamas en las narices del pequeño paciente. El método es reconocido como eficaz, pero peligroso a la vez, ya que es mortal en uno de cada diez casos”.
De nuevo en la Royal Society de Londres, la sesión del 14 de mayo de 1714 da cuenta de una carta del Doctor Emanuele Timoni, escrita en latín y fechada en diciembre de 1713 en Constantinopla. Cuando el 10 de junio se da lectura a su traducción, será la primera vez que aparece el vocablo “inoculación” como método de lucha contra la viruela: “hace muchos años que en Constantinopla, donde se mezclan naciones muy variadas, se provoca la viruela por inoculación.
Hay que encontrar primero a un niño dotado de un buen temperamento, enfermo de una viruela benigna, con pústulas no confluyentes. Al duodécimo o trigésimo día después del comienzo de la enfermedad, se abren algunas pústulas con una aguja y se exprime el pus en un recipiente de vidrio, limpio y lavado con agua tibia.
Cuando está suficientemente lleno, hay que cubrirlo y mantenerlo caliente, el operador debe ir entonces a la casa dónde va a inocular; con una aguja, perfora la piel en uno, dos o varios puntos, hasta que aparece sangre, procediendo con el paciente en una habitación templada; vierte enseguida el pus varioloso y hace una mezcla cuidadosa con la sangre que sale. Se pincha en cualquier parte del cuerpo”.
Timoni utiliza el término insitio (injerto, trasplante) para denominar al conjunto de pasos técnicos que constituyen la operación. Nacido en la isla de Chíos, vive en Estambul, estudia en Padua, obtiene un doctorado en Oxford. Conoce el griego, el latín, el italiano y el inglés. De familia de médicos célebres, es muy respetado y ejerce tanto la medicina y la traducción, como la diplomacia.
Su comunicación a la Royal Society no es fruto de la casualidad, le conocían y era socio correspondiente de la misma desde su estancia en Londres. Su trabajo sobre la inoculación adquiere cierta difusión y abre un debate científico. Timoni se da muerte en mayo de 1718 en Philippopolis. Antes habrá conocido a Lady Mary Wortley Montagu (Figura 3), para la que llega a trabajar como médico e intérprete y a la que narrará los secretos de la inoculación.
Casi a la vez, otro médico, Giacomo Pylarini, nacido en Cefalonia y también formado en Padua como Timoni, publica otro texto sobre la inoculación que se publica por primera vez en Venecia.
La vida de Pylarini guarda cierta similitud con la de Timoni, de origen greco-italiano, ejerce la medicina y la diplomacia, viaja por Siria, Moldavia, Rusia, Alemania y, por supuesto, Estambul. Pylarini sitúa el origen de la inoculación en las mujeres griegas de Tesalia que la traspasaron al imperio otomano.
Timoni y Pylarini actúan, pues, como transcriptores de una técnica practicada por las clases populares en el área de Estambul y que estaba extendida por aquella región. Turca, griega, circasia, armenia o incluso china, tiene poca importancia, la variolización llega a conocerse en el entorno científico europeo, sobre todo el inglés y para su difusión va a necesitar un impulso propagandístico. Será una mujer, de nuevo, quien contribuya con la fuerza de su personalidad a hacer visible esa innovación preventiva.