Las vacunas han transformado la vida de las personas. Gracias a ellas hemos controlado y prevenido muchas enfermedades y, cada año, salvan más de 2,5 millones de vidas. Se han hecho progresos increíbles, pero todavía se puede hacer más: desde el desarrollo de nuevas vacunas, a la utilización optimizada y novedosa de las ya existentes o, algo que a menudo se olvida, mantener los niveles de vacunación adecuados para conseguir una protección continuada de la población. Si nos centramos en este último aspecto, la percepción de la necesidad de vacunar por parte de la población varía. Ante una epidemia, el mundo pide a gritos disponer de inmediato de los productos idóneos para combatirla, controlarla y prevenirla, sin tener en cuenta que, en condiciones normales, el desarrollo de una vacuna nueva significa un enorme esfuerzo tanto del sector público como del privado en términos científicos, financieros y logísticos. Sin embargo, a medida que combatimos las enfermedades infecciosas de manera eficiente y la incidencia de casos declina, la gente tiende a olvidar lo que conlleva ese combate y que los peligros pueden volver a aparecer. ¿Por qué preocuparse tanto de algo que parece que ya no nos afecta? Es en este momento cuando pueden surgir, además, corrientes que de manera más o menos activa nos induzcan a rechazar las vacunas.
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Autor: Asociación Española de Vacunología
Asociación científica dedicada a la formación e información sobre vacunas destinada a profesionales sanitarios y público en general.