Cuando a finales del siglo xviii la viruela hacía estragos en toda Europa, Jenner constató un hecho que la experiencia popular conocía, aunque no entendía, y que afectaba a los cuidadores del ganado vacuno que se dedicaban a ordeñar. «Yo no puedo tener la viruela humana porque he padecido la viruela de las vacas», decía una ordeñadora de Berkeley en 1768, en presencia de Jenner. Era una creencia popular que la infección, padecida por granjeros y lecheras por contagio de las vacas, proceso denominado cow pox (variolae vaccinae), enfermedad siempre benigna, era capaz de proporcionar una defensa eficaz contra la viruela humana, la small pox.