Los factores desencadenantes de esta proceso tienen una etiología variada. Por un lado, los conflictos bélicos, la terrible crisis económica o la existencia de bolsas de marginación han sido elementos claves para que en determinados lugares explotaran de forma masiva los casos de esta enfermedad. La pobreza, desgraciadamente la pobreza. Y unido a este cóctel de necesidades sociales se encuentra la irrupción de sectores reticentes a la vacunación, que afortunadamente tienen poco predicamento en nuestro país. Reflexionemos sobre este grupo: No debemos considerar a los padres y madres que no quieren vacunar a sus hijos como un grupo homogéneo. Por un lado estarán aquellos progenitores que no entienden para qué tienen que vacunarlos frente a enfermedades que ya no se ven. A estos ciudadanos debemos tratarlos con pedagogía. Lo que resulta sorprendente es encontrarnos con progenitores que en un ejercicio de memez pseudomoderna y supuesta defensa de lo natural frente a lo químico rechazan la vacunación. En fin, que convendría recordarles que los virus y bacterias no son el fruto de una disquisición intelectual a la luz de la luna, sino que existen, producen enfermedades, y es de necios no protegerse frente a ellos. Aunque a algunos les parezca poco moderno.
Amós García, presidente de la Asociación Española de Vacunología