La ignorancia, si es atrevida, es una «práctica de riesgo». Y si se acompaña de una mentira, o de una falsedad si se prefiere, es una manipulación. Si ya de por sí es lo suficientemente grave, más aún lo es cuando en juego está la salud. Entonces podría considerarse como un atentado contra la sanidad púbica. Asegurar que la vacunación es una «práctica de riesgo» y que nadie ha podido demostrar «la seguridad de las vacunas» es tan falso como asegurar que la lejía cura el cáncer o que el ajo es mano de santo para el sida. Son mentiras, pero peligrosas. Admisibles, aunque no comprensibles, en una barra de bar, pero no dichas en boca de un representante público, y menos aún en un foro como el Parlamento Europeo. En el VI Congreso de Comunicación Social de la Ciencia celebrado en noviembre en Córdoba se llegó a una conclusión tajante. “No es necesario que vacunes a todos tus hijos, solo aquellos a los que quieras conservar”, destacaron los mejores expertos y divulgadores científicos y médicos españoles y europeos.
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