El virus de la viruela, Variola major, ha sido probablemente el más letal de la historia. Sus huellas se remontan a momias del Antiguo Egipto y a la China del siglo VI y muestran que llegó a Europa en época de las Cruzadas. Parece ser que este virus aniquiló las poblaciones indígenas de América del Sur a partir del siglo XVI y que en el siglo XVIII mataba a unas 400.000 personas al año solo en Europa. Hoy se sabe que la viruela fue un azote para el ser humano durante milenios: solo en el siglo XX fue responsable de la muerte de alrededor de 300 millones de personas. Por suerte, la vacunación de la población mundial permitió acabar con esta lacra histórica en 1980. Hoy en día hay expertos que consideran que si este patógeno volviera a la circulación podría provocar daños devastadores, puesto que la inmunidad natural de la población se ha debilitado y se han finalizado las campañas de vacunación. Por eso la viruela es considerada como un potencial arma biológica de categoría A, la más peligrosa, junto al ébola, el carbunco o la peste neumónica. Las últimas muestras de viruela están guardadas en dos laboratorios de Estados Unidos y Rusia, equipados con instalaciones de máximo nivel de bioseguridad. Y todo a pesar de que el 30 de diciembre de 1993 la Organización Mundial de la Salud (OMS) ordenó la destrucción definitiva de los últimos virus de la viruela por razones de seguridad. El debate sobre si se debería destruir o no las últimas muestras de viruela fue recogido por el periodista Richard Preston en su libro, titulado con acierto, «The demon in the freezer».
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Autor: Asociación Española de Vacunología
Asociación científica dedicada a la formación e información sobre vacunas destinada a profesionales sanitarios y público en general.