Vacunación antineumocócica y pandemia por SARS-CoV-2

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Vacunación antineumocócica y pandemia por SARS-CoV-2

Pregunta

Quisiera conocer si con motivo de la actual pandemia por covid19 existen recomendaciones específicas para la vacunación frente a neumococo, pues quiero iniciar una estrategia vacunal en los trabajadores de la empresa y desconozco si debo seguir las recomendaciones habituales o si hay especial indicación en aquellos trabajadores especialmente sensibles para coronavirus.

Respuesta de José Antonio Navarro (5 de Noviembre de 2020)

Buen día.
En la última reunión (octubre) del Scientific Advisory Group of Experts de la World Health Organization se abordó específicamente ese asunto y tras revisar la bibliografía científica ad hoc, los expertos concluyeron que: “no hay evidencias de que la vacunación antineumocócica influencie la gravedad o el pronóstico del COVID-19. No obstante, en países con programas de vacunación antineumocócica en los adultos pertenecientes a los grupos de riesgo comunes para ambas enfermedades, el mejorar las coberturas de vacunación puede aliviar la carga asistencial durante la pandemia (1).

Referencias
1 World Health Organization. Department of Immunization, Vaccines and Biologicals. SAGE Meeting Slide Decks. 5-7 October 2020. Disponible en: https://www.who.int/immunization/sage/meetings/2020/october/SAGE_Slidedeck_Oct2020-Web.pdf?ua=1




¿Por qué las escuelas no son puntos calientes de COVID-19?

En un artículo aparecido en la revista Nature se aborda el tema de las escuelas como puntos calientes de contagio del SARS-CoV-2 y de entrada, afirma, que los datos acumulados procedentes de todo el mundo sugieren que no lo son, y que a pesar de los temores, las infecciones no han resurgido cuando las escuelas y las guarderías han reabierto sus puertas tras el confinamiento, de manera que cuando ha aparecido algún brote epidémico, ha afectado a un pequeño número de personas.

Aun así, las investigaciones también han mostrado que los niños pueden contraer el virus y expeler partículas víricas y, que los niños mayores, es más probable que lo transmitan respecto a los más pequeños. Se desconocen las razones y parece que los niños van a rueda de los acontecimientos más que provocarlos. Una de las que se sospecha que está detrás de este hecho se debe a que los niños, particularmente los menores de 12-14 años, son menos susceptibles a la infección y a que una vez infectados excretan menos virus. El potencial de transmisión aumenta con la edad por lo que el foco de las medidas de mitigación deberían ser los adolescentes y los maestros, de manera que se podría plantear una vuelta a las clases on-line en el caso de que aumente la transmisión comunitaria.

Las escuelas pueden reabrir con seguridad cuando la transmisión comunitaria es baja, pero incluso en lugares donde la transmisión está aumentando, los brotes en las escuelas son poco frecuentes y, especialmente, cuando se siguen las medidas de protección. En Italia reabrieron más de 65.000 colegios en septiembre, cuando en la comunidad los casos estaban aumentando. A las cuatro semanas solo 1.200 han experimentado brotes y en el 93% de los casos solo se reportó una infección y solo en una escuela de secundaria se registró unclusterde diez infectados. Algo similar se ha constatado en el estado de Victoria, Australia.

En cualquier caso, está por aclarar con qué frecuencia los brotes que se originen en los colegios contribuirán a la transmisión comunitaria, al existir factores extraescolares que pueden, también, contribuir a la transmisión.

Una de las preguntas que se plantea la comunidad científica es el por qué los niños parece que diseminan menos. Una posibilidad podría venir condicionada por su menor tamaño y superficie pulmonar, lo que les hace menos capaces, respecto de los adultos, de proyectar aerosoles, tal como ocurre con la tuberculosis. Pero en esta última, la infección reside en los pulmones y en la COVID-19 el virus se replica mayoritariamente en la vía aérea superior. Otra posibilidad podría venir de la alta frecuencia de infecciones asintomáticas en la infancia. De hecho, en el Reino Unido hasta el 50% de los niños infectados de 2 a 15 años no desarrollan síntomas.

En definitiva, no existe la transmisión o el riesgo cero, pero el riesgo de infección en las escuelas es bajo, especialmente cuando es baja la transmisión del virus en la comunidad.

Traducido y adaptado por José A. Navarro-Alonso M.D.

Pediatra. Comité Editorial A.E.V.

janavarroalonso@gmail.com

Prohibida la reproducción total o parcial de esta información sin citar su fuente




Potencial inmunidad cruzada entre algunas vacunas y el SARS-COV-2

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Potencial inmunidad cruzada entre algunas vacunas y el SARS-COV-2

Pregunta

Acabo de leer un artículo donde se comenta un estudio llevado a cabo por Pedro A. Reche en la UCM donde se indica que la DTP está siendo efectiva para proteger a los niños del COVID-19.
El artículo indica también que puede ser efectiva en adultos. Querría saber hasta qué punto los resultados del estudio son concluyentes. Y si se espera en función de ellos elevar la recomendación de administrar la DTP a adultos. Este es el enlace al artículo:
https://www.frontiersin.org/articles/10.3389/fimmu.2020.586984/full

Respuesta de José Antonio Navarro (1 de Noviembre de 2020)

Buen día.
Efectivamente, en la revista Frontiers in Immunology se publicó el pasado 16 de octubre una investigación original en la que el propio título indica que podría existir una “potencial” inmunidad cruzada entre algunos patógenos humanos frente a los que hay vacunas disponibles y el SARS-CoV-2. Se trata, en síntesis, de un estudio en el que se hace una búsqueda sistemática de péptidos de 25 patógenos humanos que concuerden con los del SARS-CoV-2. En él se pone de manifiesto que algunas vacunas administradas en la infancia (especialmente toxoide diftérico y tetánico) podrían tener epítopes con una estructura similar a la de algunas glicoproteinas del SARS-CoV-2 y, por tanto, las respuestas de células T y de células B generadas por el humano como respuesta a esos antígenos podrían, “potencialmente”, ser neutralizantes del virus pandémico. Es por ello, continúa, que los niños “pueden” estar bien protegidos frente al virus al estar vacunados con DTP pero a medida que esa inmunidad decae hace que los adultos sean más susceptibles al padecimiento de COVID-19.
En definitiva, se trata de una hipótesis técnicamente bien planteada pero que en ningún caso establece causalidad. Para ello sería preciso disponer de estudios epidemiológicos ad hoc.




Vacuna antigripal y fallecimientos en Corea

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Vacuna antigripal y fallecimientos en Corea

Pregunta

Mi hijo es asmático e iba a vacunarle de la gripe como estos años atrás, pero he leído que en algunos países hay muertes que podrían estar relacionadas con algunas vacunas de la gripe, entre ellas, Vaxigrip Tetra que es la pediátrica, ¿tienen alguna información al respecto, por favor?

Respuesta de José Antonio Navarro (27 de Octubre de 2020)

Buena tarde.
Tras analizar los 8.3 millones de personas vacunadas en Corea y dado que alguno de los fallecidos, todos ellos de edad avanzada excepto uno, tenían patologías médicas de base, el DIrector de la Agencia Coreana de Prevención y Control de ese país ha confirmado que son muy remotas las posibilidades de una asociación con la vacuna y de hecho han dado órdenes de restablecer el programa de vacunación mientras prosiguen las investigaciones. Por otra parte, en las autopsias se investigará la posibilidad de que tuvieran Covid-19 (1).

Referencias
1 Dyer O. South Korea to continue flu vaccinations after 25 deaths trigger calls for a pause. Br Med J 2020;371:m4116




Vacunación antigripal en alergia a prednisona

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Vacunación antigripal en alergia a prednisona

Pregunta

Hola, muy buenas a todo el equipo de la AEV. Tengo una duda con respecto a una paciente que es alérgica a prednisona y se tiene que vacunar de la gripe con Chiromas. En ficha técnica hace referencia en el apartado de contraindicaciones a la hidrocortisona, ¿ podría vacunarse con chiromas o buscamos otra alternativa (vaxigrip…) ?

Respuesta de José Antonio Navarro (22 de Octubre de 2020)

Buen día.
Como dice la FT contiene “trazas” de hidrocortisona. Asumiendo reacción cruzada entre prednisona e hidrocortisona (1), todo dependerá del tipo de alergia que padece la persona ya que si se trata de una dermatitis de contacto puede recibirla sin problema. En caso de una anafilaxia lo más prudente, y siempre que fuera una persona de riesgo para gripe, sería consultar con un servicio de alergia o de dermatología.
Recuerde que si al final no se vacuna y es de riesgo, dispone de medicación antivírica como profilaxis y tratamiento.

Referencias
1 Berbegal L et al. Reacciones de hipersensibilidad a corticoides. Actas Dermosifiliográficas 2016;107:107-115




La gripe en el hemisferio sur en 2020

Artículo publicado en Morbidity Mortality Weekly Report en el que desarrolla la epidemiología de la gripe en algunos países del hemisferio sur en su temporada 2020, en un intento de proporcionar pistas y pautas de actuación para lo que nos puede venir en cuestión de unas cuantas semanas.

Tras la amplia diseminación comunitaria del SARS-CoV-2 a mediados de febrero de este año, los indicadores de actividad gripal comenzaron a descender en el hemisferio norte. Estos cambios se atribuyeron a un menor número de consultas realizadas en los dispositivos sanitarios y/o a cambios reales en la circulación del virus gripal debido al uso masivo de las medidas de mitigación frente al SARS-CoV-2.

Los datos reportados a la OMS por parte de la plataforma FluNet respecto de tres países del hemisferio sur – Australia, Chile y Sudáfrica- mostraron una actividad gripal bajísima en el periodo junio a agosto 2020 -meses que constituyen la temporada gripal típica en el hemisferio-. Es posible que para la temporada 2020/21 sufran una baja circulación del virus gripal aquellos países o jurisdicciones del hemisferio norte donde se mantengan con carácter estricto las medidas comunitarias de mitigación (mascarillas, cierre de escuelas y teletrabajo). Estas medidas, más la vacunación antigripal, es muy probable que sean efectivas en reducir la incidencia y el impacto de la gripe.

En los tres países mencionados del hemisferio sur, solo detectaron 33 test positivos a gripe de 60.031 muestras analizadas en Australia, 12 de 21.178 en Chile y 6 de 2.098 en Sudáfrica, lo que hace un total de 51 pruebas positivas de gripe de 83.307 pruebas realizadas en esos países entre abril y julio de 2020 (0.06%). Por el contrario, durante ese periodo de 2017-2019, las muestras positivas fueron 24.512 de 178.690 testadas (13.7%).

En Australia se introdujo una cuarentena de catorce días para todos los que llegaron al país desde el 29 de marzo, a principios de abril hubo confinamientos locales y prohibición de reuniones desde mediados de abril. Chile declaró el estado de emergencia el 18 de marzo y permanece hasta ahora con recomendaciones de permanecer en casa y de distanciamiento social con uso de mascarillas. En Sudáfrica se impuso un confinamiento total el 9 de abril con cierto relajamiento de las medidas para el primero de mayo. Estas medidas implantadas en los tres países a escala individual y comunitaria parecen haber reducido sustancialmente la transmisión de la gripe.

En el apartado de discusión se plantean una serie de cuestiones:

En los Estados Unidos, la circulación del virus gripal cayó abruptamente a las dos semanas de la declaración de la emergencia y del uso masivo de las medidas comunitarias de mitigación. El descenso observado en el país también se observó en otros del mismo hemisferio y en los trópicos, y aunque de un estudio ecológico no puede establecerse causalidad, las consistentes tendencias en tiempo y lugar son convincentes y biológicamente plausibles. Como el SARS-CoV-2, los virus gripales se diseminan primariamente por gotas y es probable que la menor transmisibilidad de la gripe estacional (R0: 1.28) comparada con la del SARS-CoV-2 (R0: 2-3.5) contribuyera a una interrupción sustancial de la transmisión vírica. Estos hallazgos sugieren que algunas medidas comunitarias pueden ser elementos útiles a la vacunación antigripal durante la temporada, particularmente para las poblaciones con alto riesgo de desarrollar enfermedad o complicaciones.

Aunque el descenso en la actividad gripal se atribuyó inicialmente a una menor realización de pruebas diagnósticas, los esfuerzos de los sanitarios resultaron en un adecuado número de muestras testadas que confirmaron la escasa circulación del virus. Un fenómeno similar se registró en Australia donde fue masivo el uso de tests de gripe con muy pocos positivos. No resulta fácil separar el efecto que las medidas comunitarias puedan haber tenido en la transmisión de la gripe.

Tras exponer las limitaciones del reporte (análisis ecológico vs causalidad, reducción radical de viajes, aumento del uso de vacuna e interferencia vírica por competencia entre virus respiratorios), a las que añade el que la gripe estuviera de manera natural en su fase final cuando la llegada del SARS-CoV-2, concluyen que el descenso global de la circulación del virus de la gripe parece real y concurrente con la pandemia COVID-19 y las medidas asociadas de mitigación. La circulación se continúa monitorizando para determinar si los bajos niveles de actividad persistirán una vez se relajen las medidas de mitigación. Si estas continúan en otoño en los Estados Unidos, la actividad gripal será baja y la temporada puede retrasarse o suavizase. En el futuro podrían implantarse alguna de estas medidas durante las epidemias gripales para reducir la transmisión, especialmente en poblaciones con el mayor riesgo de desarrollas enfermedad grave o sus complicaciones.

No obstante, a la luz de la novedad pandémica y de la incertidumbre acerca de la continuidad de las medidas, es importante planificar con la idea de que va a haber circulación del virus en otoño e invierno. La vacunación de los mayores de seis meses sigue siendo el mejor método de prevención y es especialmente importante en esta temporada donde pueden co-circular SARS-CoV-2 y gripe.

 

Traducido y adaptado por José A. Navarro-Alonso M.D.

Pediatra. Comité Editorial A.E.V.

janavarroalonso@gmail.com

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Moderna Inc. y Pfizer/BioNtech hacen públicos los protocolos de sus ensayos clínicos de las vacunas frente al SARS-CoV-2

Artículo aparecido en The New York Times que por su indudable interés, trascendencia y novedad traducimos y adaptamos. La noticia se refiere a que por vez primera algunas de las grandes compañías farmacéuticas mundiales desvelan los protocolos “hojas de ruta” (blueprints) por los que se rige el desarrollo de la fase III de los ensayos clínicos de sus vacunas frente a la COVID-19.

Se trata de las compañías norteamericanas Moderna Inc. y Pfizer. Ambas revelan detalles de cómo se selecciona y monitoriza el seguimiento de los participantes -30.000 y 44.000 en el caso de la primera y la segunda, respectivamente-, las condiciones por las que se interrumpiría precozmente el ensayo (halting rules) y las evidencias que utilizarán los investigadores para determinar si los voluntarios que recibieron la vacuna se encuentran protegidos frente al SARS-CoV-2. Los motivos por los que hacen públicos los protocolos antes de finalizar el ensayo van en la dirección de rebatir las crecientes sospechas de la población norteamericana acerca de la seguridad de las vacunas, basadas en las declaraciones de Donald Trump, que ha anunciado que estarán disponibles para las elecciones presidenciales.

Los protocolos de Moderna, de 135 páginas, incluyen un probable cronograma en el que se contempla que para el próximo año se conocerá si la vacuna funciona, lo que contradice las optimistas predicciones del presidente de los EUA en las que afirmaba que se conocerían para el próximo mes de octubre. Según el protocolo, el primer análisis de los datos podría llevarse a cabo a finales de diciembre, aunque algunos altos cargos de la compañía sugieren que podría ser en noviembre. En cualquier caso, la información que se obtendrá no será suficiente para determinar si la vacuna funciona y el análisis final no tendrá lugar hasta la próxima primavera. Algunos investigadores han agradecido el gesto de transparencia, aunque alguno ya ha planteado dudas sobre el diseño.

El plan de Pfizer, de 137 páginas, no concreta cuando podrían estar disponibles los resultados provisionales.

Por su parte, un portavoz de AstraZeneca ha comunicado que la compañía publicará en breve su protocolo, mientras que Novavax y Johnson & Johnson no hicieron comentarios al respecto.

El Dr. Eric Topol, experto en ensayos clínicos de Scripps Research de San Diego, ha mostrado algunas reticencias con el protocolo de Moderna Inc. al incluir en los datos a analizar a personas que desarrollen casos relativamente leves de COVID-19. Piensa que los datos de eficacia serán más convincentes si solo se analizan los casos clínicamente moderados o graves. Por otra parte, critica que pueda finalizar el ensayo tras registrar un pequeño número de casos de enfermedad, ya que se podría sobreestimar la eficacia vacunal y no se detectarían potenciales efectos adversos tardíos y/o poco frecuentes.

El mismo Dr. Topol fue más crítico con los planes de Pfizer, ya que permite incluir en el análisis cuadros clínicos más leves que los de Moderna Inc., lo que le habilitaría para finalizar el ensayo con menor número de casos, y antes, que los de Moderna Inc. Su mensaje es claro: “tómate su tiempo, no atajos, nadie lo lamentará”.

Para la vacuna de Moderna Inc. se estima que 151 casos de COVID-19 entre los participantes, vacunados o con placebo, serían suficientes para determinar si la vacuna tiene una eficacia del 60%. En el caso de Pfizer, harían falta 160 casos para esa misma eficacia.

Muchos investigadores externos han analizado bajo qué circunstancias pueden finalizar antes los ensayos. Eso podría ocurrir solamente cuando un panel de expertos –Data Safety Monitoring Board, DSMB ajenos a las compañías farmacéuticas vayan examinando los datos de los ensayos mientras éstos siguen su curso. Si la vacuna es extremadamente eficaz pueden parar el ensayo al no ser ético continuar administrando placebo a los participantes. Este panel realizará el primer análisis de eficacia de la vacuna de Moderna Inc. tras 53 diagnósticos y tras 32 en el caso de la de Pfizer. Podría, además, recomendar su finalización tras 53 casos si se encontrara una eficacia del 74% en el caso de Moderna Inc. y una eficacia superior al 77% en el caso de Pfizer.

Los portavoces de ambas compañías han comentado que los primeros análisis no tendrían lugar, probablemente, antes de noviembre. En el caso de que los datos obtenidos no sean concluyentes, el panel podría reanalizarlos tras un total de 106 diagnósticos, y si continuaran así, se podrían llevar los diagnósticos a 151.

El tiempo necesario para llegar a ese número de diagnósticos dependerá de la trayectoria de la pandemia y de las probabilidades de que los voluntarios se expongan al virus, pero independientemente de que las vacunas sean o no efectivas, la salud de los participantes se monitorizará a los dos años tras la segunda dosis.

Tanto Moderna Inc. como Pfizer ya han comenzado con el proceso de fabricación de sus vacunas, con proyecciones de millones de dosis disponibles para comienzos de 2021, aunque el portavoz de Moderna Inc. ha anticipado que hasta el día del trabajo en los Estados Unidos (6 de septiembre 2021) habrá un problema de suministro que impedirá una vacunación universal.

 

Traducido y adaptado por José A. Navarro-Alonso M.D.

Pediatra. Comité Editorial A.E.V.

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La inmunidad comunitaria: ¿dónde estamos?

La inmunidad comunitaria es un concepto clave en el control de las epidemias e implica la proporción de la población inmune frente a un agente infeccioso (por haber padecido la infección de forma natural o mediante la vacunación) que permite interrumpir su circulación evitando grandes epidemias.

Un asunto primordial en la actual pandemia por SARS-CoV-2 es saber cuándo y cómo se puede alcanzar esa inmunidad y a qué coste. Los doctores Arnaud Fontanet y Simon Cauchemez, del Institut Pasteur de París, nos explican dónde estamos en un comment publicado en Nature y que hemos considerado imprescindible reseñar.

La inmunidad comunitaria se alcanza cuando un infectado en la población genera de promedio menos de un caso secundario, lo que corresponde a un número efectivo de reproducción “R” (o lo que es lo mismo, el número medio de personas infectadas por un caso) por debajo de 1 en ausencia de ninguna intervención. En una población en la que las personas se mezclan homogéneamente y son por igual susceptibles e inmunes, R=(1-pc) (1-pi)R0 (ecuación 1), donde pc es la reducción relativa en las tasas de transmisión debido a intervenciones no farmacéuticas, pi es la proporción de inmunes y R0 es el número reproductivo en ausencia de intervenciones en una población enteramente susceptible. R0 puede variar con el tiempo en la población, dependiendo de la naturaleza y del número de contactos de los individuos y de los potenciales factores ambientales. En ausencia de medidas de control (pc=0), la condición de inmunidad comunitaria (R<1, donde R=(1-pi)R0) se alcanza, por tanto, cuando la proporción de individuos inmunes alcanza pi=1–1/R0. Para el SARS-CoV-2 la mayoría de las estimaciones de R0 se encuentran en el rango de 2.5-4 sin un claro patrón geográfico. Para una R0=3, tal como se estima para Francia, la inmunidad comunitaria se espera que precise de un 67% de población inmune. Se deduce, por tanto, de la ecuación 1, que en ausencia de inmunidad comunitaria, la intensidad de las medidas de distanciamiento social necesarias para controlar la transmisión decrecen a medida que crece la inmunidad poblacional. Por ejemplo, para contener la diseminación para una R0=3, las tasas de transmisión necesitan reducirse en un 67% siempre que toda la población sea susceptible, pero solo en un 50% si un tercio es previamente inmune. Se dan situaciones en las que puede conseguirse la inmunidad comunitaria antes de que la inmunidad de la población alcance pi=1-1/R0. Por ejemplo, cuando es más probable que se infecten y transmitan algunas personas porque tienen más contactos (superspreaders). Como resultado, la población susceptible rápidamente se depleciona de éstos y se desacelera el ritmo de transmisión. Pero, en cualquier caso, es difícil cuantificar el impacto de este fenómeno en el contexto del COVID-19. Si se tiene en cuenta el patrón de contacto específico por edades (los de ochenta años contactarán menos con los de 20-40 años), la inmunidad comunitaria caerá desde un 66.7% hasta un 62.5%. Si, además, asumimos que el número de contactos varía sustancialmente entre individuos de la misma edad, se podría alcanzar la inmunidad comunitaria con solo una inmunidad del 50% de la población. Otro factor que puede influir en un menor umbral de inmunidad comunitaria para la COVID-19 es el papel de los niños en la transmisión vírica. Informes provisionales han encontrado que los niños, especialmente los menores de diez años, son menos susceptibles y contagiosos que los adultos, en cuyo caso pueden omitirse parcialmente del cómputo de la inmunidad comunitaria.

Típicamente se estima la inmunidad poblacional mediante encuestas transversales con muestras representativas de muestras serológicas que miden la inmunidad humoral. Las llevadas a cabo en países que sufrieron la pandemia precozmente, como España e Italia, sugieren que la prevalencia nacional de anticuerpos oscila entre el 1% y el 10%, con picos de alrededor del 15% en algunas áreas urbanas fuertemente pobladas. Este patrón es consistente con las iniciales predicciones matemáticas que utilizaron los casos de muerte en las estadísticas nacionales y las estimaciones de la letalidad. Algunos han argumentado que la inmunidad humoral no captura el espectro completo de la inmunidad protectora frente al SARS-CoV-2 y que la primera oleada resultó en mayores niveles de inmunidad en la población que la medida con encuestas transversales de anticuerpos. Más aún, se ha documentado reactividad de las células T en ausencia de inmunidad humoral en personas que han estado en contacto con casos diagnosticados de COVID-19, aunque se desconoce la naturaleza y la duración de la protección. Otro aspecto desconocido es si la inmunidad preexistente a los catarros comunes, causados por coronavirus endémicos, proporcionan cierto nivel de protección cruzada.

Tomando en consideración todo lo anterior, hay evidencias limitadas que sugieran que la diseminación del SARS-CoV-2 pueda interrumpirse, de forma natural, cuando el menos el 50% de la población sea inmune. Sobre cuánto costaría llegar a ese 50%, teniendo en cuenta que actualmente desconocemos lo que dura la inmunidad postpadecimiento, particularmente en los que han sufrido formas leves de la enfermedad, y si hay que infectarse varias veces antes de que se consiga una inmunidad robusta, continúa siendo una incógnita. Hasta ahora se han documentado un número muy limitado de reinfecciones y, no está claro, si es un hecho poco común o puede llegar a ser algo frecuente. Del mismo modo, tampoco sabemos si una infección previa afectará al curso de la segunda y si cierto nivel de inmunidad previa afectará a la excreción vírica y por ende, a la transmisibilidad.

Con las pandemias gripales la inmunidad poblacional se alcanza tras dos o tres oleadas pandémicas, cada una de ellas interrumpida por la típica estacionalidad del virus gripal o, menos frecuentemente, por intervenciones, y con la ayuda de la inmunidad por padecimientos o vacunas previas. Para la COVID-19, con una letalidad estimada de 0.3% a 1.3%, el coste de alcanzar la inmunidad comunitaria mediante infección natural sería altísimo, sobre todo si asumimos que no mejora la atención de los pacientes. Asumiendo un umbral optimista de inmunidad comunitaria del 50% para países como Francia y los Estados Unidos, ese dato implicaría una cifra de fallecimientos de 100.000-450.000 y de 500.00-2.100.000, respectivamente.

Una vacuna efectiva sería la manera más segura de alcanzar inmunidad comunitaria. Las vacunas están particularmente diseñadas para crear inmunidad comunitaria debido a que se administrarán inicialmente a los muy expuestos, y, más aún, se pueden evitar fallecimientos vacunando prioritariamente a los más vulnerables. Por tanto, las vacunas pueden tener un impacto significativo a la hora de reducir la circulación del virus, mayor que la inmunidad adquirida naturalmente y, especialmente, si resulta que la inmunidad natural precisa de booster mediante reinfecciones. También, dado que aumentan los reportes de complicaciones de la COVID-19 a largo plazo en personas que han padecido una enfermedad leve, es probable que las vacunas proporcionen una opción segura para personas sin riesgo.

Ahora solo las intervenciones no farmacéuticas se han mostrado efectivas para controlar la circulación del virus y, deben ser estrictamente reforzadas. En los próximos meses, y hasta que las vacunas nos permitan alcanzar una inmunidad comunitaria de la manera más segura, algunos antivíricos podrían, potencialmente, reducir la carga vírica y quizás la transmisión y, las terapias, podrían evitar complicaciones y muertes, jugando un significativo papel en el control epidémico.

 

Traducido y adaptado por José A. Navarro-Alonso M.D.

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¿El uso de mascarillas como una nueva ‘variolización’?

Ingeniosa teoría formulada por dos médicos del Center for AIDS Research, Division  of HIV, Infectious Diseases, and Global Medicine de la Universidad de San Francisco, publicada en la revista The New England Journal of Medicine, en la que se plantean si entretanto no se dispone de una vacuna, el uso generalizado de las mascarillas podría ralentizar la expansión del virus, comportándose como una moderna “variolización”.

Una importante razón para el uso poblacional de mascarillas se hizo patente el pasado marzo cuando aparecieron informes que describían las altas tasas de excreción de SARS-CoV-2 procedentes de la nariz y boca de pacientes que eran pre o asintomáticos, siendo similares a las de los pacientes sintomáticos. Este uso de la mascarilla parecía una manera posible de evitar la transmisión desde los asintomáticos. Por consiguiente, los CDC de los Estados Unidos a principios de abril recomendaron a la población que empleara mascarillas en áreas de alta transmisión del virus -aunque seguida de desigual manera según los Estados-.

Las evidencias anteriores relacionadas con otros virus respiratorios indicaban que la mascarilla también protegía de la infección a su portador, impidiendo la entrada de las partículas víricas en la vía respiratoria. Investigaciones epidemiológicas llevadas a cabo en todo el mundo, especialmente en los países asiáticos donde fue bastante habitual el uso poblacional de mascarillas durante la pandemia de SARS-CoV-1 de 2003, sugirieron que existía una potente asociación entre el uso de las mismas y el control pandémico. Los recientes datos de Boston demuestran que las infecciones por SARS-CoV-2 descendieron entre los sanitarios a finales de marzo tras implantar el uso universal de mascarillas en los hospitales municipales. Además, datos virológicos, epidemiológicos y ecológicos han generado la hipótesis de que las mascarillas también pueden reducir la gravedad de la enfermedad, posibilidad consistente con la teoría clásica de la patogénesis vírica que sostiene que esa gravedad es proporcional al inóculo vírico recibido. Desde 1938 los investigadores han explorado, primariamente en el modelo animal, el concepto de la dosis vírica letal o la dosis a la que fallecen el 50% de los expuestos (LD50).

En las infecciones víricas en las que la respuesta inmune del huésped juega un papel predominante en la patogénesis, como ocurre con el SARS- CoV-2, los inóculos de altas dosis pueden sobrecargar y disregular las defensas inmunes aumentando la gravedad de la enfermedad. Si este inóculo determina la gravedad de la infección, una hipotética razón adicional para llevar mascarilla sería la de reducirlo en el portador expuesto, reduciendo de esa manera el impacto clínico de la enfermedad. Dado que las mascarillas, según el tipo, pueden filtrar algunas gotas que contengan virus, su uso podría reducir el inóculo que una persona inhala. Si esta teoría prospera, su uso masivo podría contribuir a incrementar la proporción de infecciones asintomáticas. Los CDC estimaron que para mitad del mes de julio, la tasa de infecciones asintomáticas podría llegar al 40%, pero ascenderían al 80% en lugares donde fuera masivo el uso de mascarillas. En un brote de SARS-CoV-2 en un crucero argentino donde se proporcionó mascarillas quirúrgicas a los pasajeros y al staff, la tasa de infección asintomática fue del 81%, siendo del 20% en otro crucero donde, por el contrario, no se usaron mascarillas.

La manera más obvia de aliviar a la sociedad de los devastadores efectos del SARS-CoV-2 es promoviendo las medidas que reduzcan la transmisión y la gravedad de la enfermedad, pero siendo el virus altamente transmisible, no se puede contener con vigilancia sindrómica aislada, y por tanto, es difícil de erradicar. Mientras que aguardamos los resultados de los ensayos clínicos de las vacunas candidatas, cualquier medida de salud pública que aumente la proporción de infecciones asintomáticas conseguirá disminuir fallecimientos y aumentar la inmunidad poblacional. De hecho, estas medidas podrían asimilarse a una “variolización” en tanto en cuanto no dispongamos de una vacuna segura y efectiva frente al SARS-CoV-2. Los prometedores datos recientemente aparecidos sugieren que incluso tras infecciones leves o asintomáticas se generan potentes respuestas inmunes celulares, por lo que cualquier estrategia de salud pública que reduzca la gravedad de la enfermedad debería también aumentar la inmunidad poblacional.

Para probar la hipótesis de que el uso masivo de las mascarillas es una de esas estrategias, se necesitan más estudios que comparen las tasas de infecciones asintomáticas en áreas con/sin uso universal de mascarillas. Para probar la hipótesis de la “variolización” hacen falta más estudios que comparen la potencia y la duración de la inmunidad celular T específica entre los que han padecido una infección asintomática y los sintomáticos, así como una demostración del enlentecimiento de la diseminación del virus en áreas con una alta proporción de infecciones asintomáticas.

 

Traducido y adaptado por José A. Navarro-Alonso M.D.

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Reinfecciones por coronavirus: tres preguntas que se hacen los científicos

Los recientes reportes de segundas infecciones documentadas de COVID-19 plantean los interrogantes acerca de la inmunidad a largo plazo tras el padecimiento o tras la recepción de una vacuna. A la vista de esta importante cuestión, adaptamos un texto aparecido en Nature que en formato de preguntas y respuestas a expertos virólogos pretende arrojar luz sobre la misma.

 

¿Es frecuente la reinfección?

Durante meses han circulado reportes de posibles reinfecciones, pero los recientes hallazgos son los primeros que aparentemente descartan que esa segunda infección era una mera continuación de la primera.

Para establecer que son independientes las dos infecciones en una misma persona, los equipos de Hong Kong y de Nevada han secuenciado el genoma del virus en ambas infecciones, y han encontrado suficientes diferencias que los han convencido de que se trataba de distintos clades del virus. Pero con dos ejemplos aislados, es difícil precisar cómo son de frecuentes y el por qué de su aparición. Con 26 millones de infecciones por coronavirus conocidas en todo el mundo, unas pocas reinfecciones no deberían generar preocupación, aunque están convergiendo tiempo y recursos para posibilitar identificar más casos. Además, ya ha transcurrido el tiempo suficiente desde las olas iniciales de infecciones en muchos países y alguno de éstos actualmente presentan brotes, lo que proporciona oportunidades de reexposición al virus. También los test diagnósticos son más rápidos y más asequibles -el diagnóstico de la reinfección del caso de Hong Kong fue completamente fortuito- y los laboratorios ya no sufren la sobrecarga de pruebas diagnósticas de los inicios de la pandemia, lo que implica que disponen de más recursos tiempo para secuenciar con rapidez gran cantidad de genomas víricos. Todos estos factores, a buen seguro, harán más fácil encontrar y verificar reinfecciones en el futuro inmediato.

 

¿Son más graves que la primoinfección?

Las opiniones no son unánimes. Algunos destacados virólogos no se muestran confiados con la ausencia de síntomas en la reinfección del individuo de Hong-Kong. Es difícil extraer conclusiones de un único caso. La gravedad de la COVID-19 varía una enormidad de una a otra persona y puede variar entre infecciones en una misma persona. El inóculo de virus recibido, las posibles diferencias entre las variantes del SARS-CoV-2 y los cambios en el estado de salud de una persona pueden modificar la clínica de una reinfección. Por lo tanto, persisten casi los mismos interrogantes sobre la reinfección. El punto clave a conocer, y también para las futuras vacunas, sería resolver el papel de la memoria inmunológica y si afecta a los síntomas durante la segunda infección. Si éstos se reducen, como en el caso de Hong Kong, pensaríamos que el sistema inmune está respondiendo como debería, pero si los síntomas son de mayor gravedad, como en el caso de Nevada, el sistema inmune está empeorando la situación. Por ejemplo, algunos casos graves de COVID-19 empeoran por unas respuestas inmunes aberrantes que provocan daño tisular. Quizás las células inmunes que en la primera infección fueron “aleccionadas” para responder de una forma determinada vuelvan a responder desproporcionadamente en la segunda infección. Otra posibilidad es que los anticuerpos producidos en respuesta al SARS-CoV-2 cooperen, más que “luchen”, con el virus en ese segundo encuentro, en lo que se conoce como “potenciación dependiente de anticuerpos” (antibody-dependent enhancement). Este fenómeno, aunque muy infrecuente está en el punto de mira de los investigadores de las vacunas potenciales frente al SARS-CoV-2 debido a las experiencias anteriores con el SARS-CoV-1 y el MERS.

 

¿Qué implicaciones tienen las reinfecciones en las vacunas candidatas?

Históricamente, las vacunas más fáciles de producir han sido aquellas en las que la infección primaria daba lugar a una inmunidad duradera, como el sarampión y la rubeola. Pero la capacidad para reinfectarse no significa que no sea efectiva una vacuna frente al SARS-CoV-2. Algunas precisan de recuerdos periódicos (boosters) para mantener la protección y no debieran impedir el que no se desarrollara una vacuna específica.

El aprender más acerca de las reinfecciones podría permitir a los investigadores a desarrollar vacunas, ya que mostraría qué respuestas inmunes son importantes para mantener la inmunidad; por ejemplo, si un nivel determinado de anticuerpos se correlaciona con la protección, se podrían diseñarían estrategias de revacunaciones periódicas.

A medida que los oficiales de la salud pública lidian con la mareante logística de vacunar a todo el mundo frente a la COVID-19, una política de recuerdos no sería precisamente una buena noticia, pero no colocaría a la inmunidad a largo plazo completamente fuera de nuestro alcance.

Continúa entre la comunidad científica la preocupación por la posibilidad de que las vacunas se limiten a reducir los síntomas en la reinfección, sin evitar la infección que convertiría a los vacunados en transportadores asintomáticos y que pondría en riesgo a personas vulnerables, como a los ancianos que, en general, no suelen responder a las vacunas adecuadamente. Es por ello, que resulta básico conocer datos sobre qué cantidad de virus excretan los reinfectados, ya que pueden servir de importante reservorio de futuras diseminaciones víricas.

 

Traducido y adaptado por José A. Navarro-Alonso M.D.

Pediatra. Comité Editorial A.E.V.

janavarroalonso@gmail.com

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